lunes, 21 de mayo de 2007

Rojo

Él

Tuvimos la suerte de que te dieran el sábado libre. No tardamos en salir el viernes de madrugada para llegar hasta la casa que tienes en esa playa tranquila, palabra que muchas veces me pides que no repita. Ya sabes que siempre lo digo porque me gusta eso: tu tranquilidad. Lo mereces.
No me puedo quejar de estrés porque mi jornada laboral no es comparable a la tuya. Cada vez que te visitio a última hora me da miedo decirte cualquier cosa, ni tan siquiera la más cariñosa. Me impones mucho respeto.
Suerte que este fin de semana solo nos ha tocado beber daikiris, descansar, comer, tomar el sol y ponerte en forma jugando a las palas. Porque tu pasado deportista quiero desterrar de esa vida un tanto sedentaria que respeto, pero no comparto. No lo consideres como una idealización mía, sino más bien mirar por tu salud. Con ese cuerpo de raspa, fino y que con una sola mano incluso creo a veces poder rodear. Menos que un peso pluma.
Como esos recuerdos a la ligera en los que me contabas tu infancia junto aquella montaña y esas olas que casi te entierran si no llega a ser por la prudencia de tu padre que te rescató. Te escucho, y me queda mucho por hacerlo.
Eres como esa pequeña que evocabas caminando por la orilla del mar. Aquella niña que dos días seguidos se apoya en mi hombro para dormir. Un lujo. Y yo castigándote con mis conversaciones de noctámbulo. Dices que son buenas. Que te pido que estés bien, incluso algún beso incosciente pero apasionado ha acabado en tus labios. ¿Seguro que solo eso?. Con el calor de tu cuerpo desnudo pegado al mío puede pasar cualquier cosa. Es normal. Me cuidas, y eso tiene sus consecuencias.
Has estado con molestias estos días. Yo preocupado por tus dolores, pero imposibloe encontrar la manera de borrarlos. Ha sido lo de menos. Gracias por ser así. No te pierdas. Quiero tener cerca. Pase lo que pase...

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